El despertador seguía taladrando
su oído. Intentó levantarse, sacar al menos los brazos de debajo de las sábanas
y apagarlo, pero no podía moverse. Abatido, dio la vuelta y se acurrucó en su
lado de la cama, tapado hasta el cuello. Siguió dormitando.
Cuando el teléfono sonó no
fue capaz de deducir cuanto llevaba acostado. No lo cogió. Haciendo un esfuerzo
sobre humano se incorporó y sin siquiera encender la luz se dirigió
fatigadamente al baño.
Casi cuatro horas tarde
salió del portal camino del trabajo. A pesar de ser un día luminoso y cálido a
él le parecía triste y apagado. No hace mucho el buen tiempo le animaba, pero
ahora...
Súbitamente, el portero
interrumpió sus pensamientos:
- Buenos días Señor López.
- Buenos días – respondió con un murmullo.
- ¿Podría decirle a su mujer que la reunión
de la comunidad se ha pospuesto a las ocho de la tarde? Intenté localizarla
ayer pero no contestó nadie.
- Ya, la reunión de la comunidad... en esta
ocasión iré yo. A las ocho y media, bien, tomo nota y... ¿dónde es?
- Donde habitualmente Señor, en la sala de la
parroquia.
- ¡Ah!..., pues muy bien, allí estaré... y
¿Cuándo dice qué es la reunión?
- Esta tarde.
- Vale, hoy... vaya, he olvidado las llaves
del coche.
Distraído, comenzó a mover
nervioso las manos, en busca de las llaves, probó en los bolsillos del pantalón
y chaqueta. Hizo un amago de darse la vuelta en dirección al portal pero se
dirigió de nuevo al portero.
- Por cierto nunca he sabido a qué hora hay
que bajar la basura, como se encargaba... se encarga mi mujer... ¿A qué
hora...?
- A partir de las ocho de la tarde los
contenedores ya están en la calle... ¿Se encuentra usted bien?
- Sí, sí,...muchas gracias por la información.
- De nada ¡qué tenga un buen día!
Escuchó a lo lejos al
portero, pero no se giró, se metió en el portal y volvió taciturno a su casa.