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miércoles, 17 de febrero de 2021

Pon un gato en tu vida y cambiará para siempre.

Hoy, 17 de febrero, se celebra el día mundial del gato. Aprovecho para describirme como gatuna, aunque también os reconozco que mi relación con estos animales tan especiales, no siempre fue buena.

Así es.  Cuando era pequeña me daban miedo los gatos. Especialmente uno cuyos dueños (los vecinos del bajo) dejaban salir y entrar por la ventana y que con la edad engordó de forma exagerada. Imagino que por las calles del barrio no encontró comida sana. A veces cuando volvíamos del cole nos lo encontrábamos tras los arbustos, entonces no sabía que él tenía más miedo de nosotros que al contrario.

Nos mudamos de casa y otra vecina con la que trabé amistad convivía con una gata que compartía con sus dos hermanas pequeñas. No interactúe mucho con ella, ni siquiera me acuerdo de su nombre, y es que los brazos llenos de arañazos de mi amiga me impactaron. Ahora pienso en cuál sería el motivo de que no le cortaran de vez en cuando las uñas

Ya mayorcita mi prima Rocío se trajo un minino negro de Paris (dormidito bajo su abrigo). Esas cosas que se podían hacer antes del 11S. Este tema daría para otro artículo.  Yo por ejemplo ¡he viajado con billetes a nombre del señor Santiago García!

Bueno, pues ese gato negro que saltaba por casa de mis tíos del sofá al mueble me daba un miedo espantoso.

Con el de mi hermano mayor que se llama Z, tampoco he convivido mucho, aunque le tengo gran admiración. Es de esos gatos discretos (llámalos ariscos, tímidos, miedicas, etc.) vamos que se le ve poco por la casa cuando vas de visita. Un día fui a coger un abrigo del sofá en el que el andaba escondidito y hecho una rosquilla y como no le vi, al coger el abrigo debí molestarle, así que me echó el zarpazo. Más tarde hicimos las paces y es que es imposible no querer a Z con esa carita gris y esos ojazos verdes que te miran con curiosidad.

No ha sido mi primer zarpazo, el primero me lo dio Bastet. Es idéntica a la diosa egipcia que protegía a los hogares. Guapísima: Parece que le hubieran pintado la raya de los ojos. A la defensiva: No le gustó en absoluto que la acariciara sin su permiso. Los papis humanos de esta preciosidad adoptaron una segunda felina que llamaron Selene y que era todo lo contrario. Seli, como la llamábamos cariñosamente (el tigre bengalí la bautizaría mi chico un año más tarde, cuando creció de forma sorprendente) era una gata extremadamente cariñosa, dulce, simpática, sociable y siempre agradecida a una caricia, una atención, una mirada. Y sí, digo era porque tristemente falleció hace pocos años. También los animales sufren enfermedades mortales sin que esté en nuestras manos salvarles.

Concentrémonos en Seli. Porque fue ella “la culpable” de mi amor por los gatos. Ella me reconcilió con estos animalitos y fue la causa de que decidiera adoptar una gatita.

Os adelanto que no fue fácil. El primer impedimento fue mi marido que, como buen Sheldon, cualquier cambio en su tranquila vida y entorno, le resulta insoportable. Quien le iba a decir a él que en siete años Emily se iba a convertir en su alma gemela.

Como todo cuando se hace en equipo sale mejor. Nuestro equipo se componía por Charo, una compañera de mi marido amante de los gatos que conocía en su pueblo a una chica que apoyaba a un centro de acogida de animales, Carmen, amiga y mamá humana de Corchea, que en paz descanse, que en ese momento su hermana tenía muchos mininos recién nacidos y los papis de Bastet y Seli que nos dieron buenos consejos dada su extensa experiencia.

Tardamos varios meses en encontrar a nuestra chiquitaja. Al principio fue un gato blanco de ojos azules de un año de edad el elegido. Ya tenía fotos e incluso se lo había enseñado a mi amiga Eva. Me acuerdo de que estábamos en el VIP de Gran Vía merendando y que el camarero vio la foto y nos comentó que era parecido a uno que tuvo y que al final regaló a una amiga porque su compañero de casa tenía alergia ¡¡¡qué duro!!! Pensé.

Pero no. Finalmente, no pudo ser y la segunda opción fue una felina atigrada de ojos verdes y seis meses de edad que llamaban por entonces Campanilla y que se convirtió en Emily.

En una visita al veterinario, este la definió perfectamente: “Es la gata más noble que he conocido”.

Emily es tranquila, juguetona, simpática, sociable, poco rencorosa y muy, muy cariñosa. A mi marido se lo ganó ya hace tiempo. Todas las mañanas tienen grandes conversaciones mientras uno intenta hacer la cama y la otra quiere jugar. Se comunican: Ella le llama y él acude. Él la regaña y ella deja de hacer lo que quiera que esté haciendo y se retira toda digna, rabo en alto (normalmente la pilla en alguna pequeña gamberrada, como jugar al futbol con un pen que ha encontrado encima de la mesa y que tardamos semanas en recuperar, por ejemplo). A veces me siento celosa porque tienen una relación muy especial, pero entonces levanto la cabeza del ordenador o el libro que estoy leyendo y me la encuentro a mi lado durmiendo acurrucada, haciéndome compañía.

Tenemos un ritual: Nos levantamos juntas. Ella me ronronea. Yo la acaricio. Luego la cepillo y le doy alguna chuche. Le enciendo la fuente y le pongo pienso. Ella me acompaña mientras desayuno y cuando me meto en la ducha se va a la cama a los pies de su papá humano. Cuando me voy doy besos a ambos, que suelen estar plácidamente dormidos.

Es de tamaño pequeña y eso le ha ganado el apodo de la gata llavero. Otros dicen que es una gata perra porque sale a tu encuentro en cuanto llegas a casa.

Anécdotas os podría contar miles. Porque los gatos son de esos animalitos que desde las posturas que tienen hasta las reacciones son dignas de contar, fotografiar y sobre todo disfrutar. Y es que cuando llegas a casa y Emily te recibe feliz, ronroneando mientras hace una voltereta .... es el mejor momento del día....

Y sí, son adictivos. Mi amiga Paloma tiene cinco o seis (ya he perdido la cuenta.) cada uno con su personalidad y peculiaridades y a todos les coges cariño, se dejan querer. Solo me acuerdo de dos nombres de Zani y de Sira. Lo que si recuerdo es la ansiedad de mi amiga cuando alguno no vuelve a casa, sobre todo en verano, cuando el buen tiempo les anima a salir de exploración (cuando vives en una casa, claro, si vives en un piso alto como yo, no hay opción de que salga).

Esto lo he vivido recientemente con mi compañera y también amiga Marina. Su pequeñaja salió de casa y no supo volver. Le costó encontrarla, pero la encontró. Esos días de angustia, de tristeza y desesperación, se viven cuando tienes un profundo amor por tu gato.

¡Cómo leéis estoy rodeada de personas gatunas!

¡Felicidades a todos ellos!

Especialmente: ¡Feliz día a Z! que últimamente está muy ocupado descubriendo al nuevo miembro de la familia (nuevos olores, nuevos sonidos...); ¡a Bastet y su nueva amiga Freya! (un terremoto de gata Ragdoll, blanca como la nieve, de pelo suave y largo que, si bien no es Seli, se ha hecho ya un hueco en nuestros corazones); y a todos los gatos y gatas que nos alegran la vida, nos acompañan y nos dan su calor y cariño en días duros y fríos.

¡Y a mi querida Emily, que tanto me ha cambiado la vida!

EMILY