De los muñecos de mi
infancia solo recuerdo el nombre de un peluche y era de mi hermano mayor:
Bonifacio. No recuerdo quién le puso el nombre, tampoco qué fue de él.
Mi madre estuvo años
llamando Beatriz a la mujer de mi primo que se llama... Ups, ahora mismo no lo
recuerdo. Pero como soy una fotocopia de mi madre también tengo lo mío. Por
ejemplo llamo Inés a una chica que se llama Nieves... ¿o es al revés?
Mi buen amigo Quino no se
llama Joaquín, aunque todo apunté a que ese podría ser su nombre. No os digo su
nombre, lo dejo ahí para que haya un poco de intriga.
Esto os va a sorprender: hay
una señora que me llama “Chavala”. En plan cariñoso, eso sí. Me dice eso de
¿“Qué tal, Chavala? ¿Cómo va todo?”. Creo que es porque nunca recuerda mi
nombre. Os confieso que no me gusta nada el apelativo, aunque lo prefiero al
“señora” que me dirigen los “chavales”.
En las tres últimas
semanas, dos compañeras me han llamado Puri. Muy alejado de mi nombre. La
verdad que existe una Puri, que se parece a mí como una jirafa a un elefante. En
seis años es la primera vez que nos confunden.
De cualquier forma siempre
puede ser peor: A mi compañera Belén una vez la llamaron Campana. Debió ser el
espíritu navideño.
Firmo distinto dependiendo
a quién le esté enviando el correo. No es lo mismo si se lo escribo a un
amigo/a, que si se lo dirijo a mis padres o hermanos, que si es formal, por
supuesto. Eso sí, el nombre es el mismo, pero con distintos matices.
Lo dejo aquí. No os cuento
lo de mi apellido, porque ya sería un exceso ;)
Seguro que se os ocurren
anécdotas curiosas. No os cortéis podéis comentarlas.